domingo, 24 de octubre de 2010

El Miedo Colectivo y la Comunicación Corporal

Hay cierto tipo de conductas, independientemente de su naturaleza o efecto positivo, que son inconscientes, se vuelven forma de ser, hábito y cultura.

Por ejemplo el disponer de una estrategia, un dispositivo y aparato de seguridad personal.

Más allá de su casuística necesidad para quienes temen ser objeto de agresiones, robos y hasta secuestro, el traer un grupo de "guarros" (desviación de guarura o bodyguard) es ya un símbolo de estatus, de éxito.

Infelices aquellos que no tienen o no merecen que los asista, cuide, vigile o proteja por lo menos una pareja de corpulentos ex policías o asiduos asistentes al "gym".

En dos generaciones se modificó la apreciación de los cuerpos de seguridad.

Para el caso de los presidentes de la República, la presencia militar resaltaba la investidura del depositario del cargo gubernamental, político y administrativo más importante del país. Incluso el uso de un grupo de motociclistas que "abriera" paso al convoy presidencial, se convertía más bien en una llamada de atención para hacer notar la presencia del jefe de Estado.

Hoy en día, los secretarios de Estado, lo necesiten o no, traen uno, dos y algunos, hasta tres vehículos atiborrados de soldados disfrazados de cajeros de banco antiguo.

Su presencia, por supuesto resulta agresiva, intimidatoria y chocante, pero sólo ha habido un miembro del actual gabinete presidencia (ya renunciado por cierto), que se negó a traer por todos lados, su "cola" de guaruras. Rodolfo Elizondo, el ex secretario de turismo se atrevía todos los días a caminar, con mucha frecuencia solo, las casi tres pequeñas cuadras que separaban su oficina de su casa, en Polanco.


Sus compañeros de gabinete seguro lo veían con lástima porque a su pasa no lo antecedían varios tipos siempre malencarados.

Antes necesitaban protección quienes se sabían integrantes de la mafia o algún grupo de su corte. Hoy lo utiliza la gente de bien, la gente bonita que ha venido construyendo un alto y solido muro entre ellos y el resto de los mortales.

Sin duda alguna el episodio más espectacular de seguridad que se haya visto nunca ocurrió en la fiesta privada que se ofreció con motivo del matrimonio de Carlos Slim Domit.

El Ejército Mexicano, a través del Estado Mayor Presidencial convivio armoniosamente con corporaciones de seguridad públicas y privadas, que a su vez se complementaron con cuerpos policiacos federales, del Distrito Federal y de la delegación Miguel Hidalgo.

La movilización fue espectacular pues había mucha más gente afuera que en el recinto que albergo a los mil 800 invitados, todos de primer nivel, convidados a la fiesta.

Entre los vecinos de Polanco, habituados a la presencia de guardaespaldas, llamo la atención que los varios miles de miembros de los cuerpos de seguridad de los concurrentes se organizaran en las arterias vecinas.

Por fortuna, el gobierno del Distrito Federal cumplió con su parte y destino elementos suficientes para atender el acontecimiento.

Hace poco alguien comento en la radio que la presencia militar o de cuerpos de policías uniformados o como paisanos, daba tranquilidad, cuando el efecto es, precisamente contrario.

En África y en Latinoamérica la primera impresión agresiva que se topa el visitante es la presencia militar que intimida, a no ser la de marchas o desfiles que enaltece, ennoblece y resalta su papel.

Como sociedad, el lenguaje corporal del guarurismo, lejos de ofrecer tranquilidad o seguridad, infunde miedo, equivalente al que tiene cada personaje que cree que para llegar al Club de Industriales, en Campos Elíseos, debe ir precedido de vehículos y protegido en la retaguardia por escoltas.

Aunque, mejor pensado, ese oficio ha dado empleo a muchos miles de mexicanos que no encontraron otra forma de subsistencia.

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