domingo, 10 de octubre de 2010

3 de Octubre

Plaza de las Tres Culturas. Fecha: 2 de octubre de 1968. Tarde aciaga. Fatídico día.

Matanza ocurrida sobre una multitud desarmada, mostrando así, el desprecio que sus victimarios sentían por ella.

La narración urbana cuenta que todo se tornó como un sueño cuando la balacera comenzó. Unos incógnitos hombres con guantes blancos –sabemos ahora- pertenecientes al grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, comenzaron a disparar sobre la muchedumbre indefensa.

Se veía gente extraña en algunas ventanas, en las azoteas. En algunos lugares sólo se veían rifles sobresalir por las cornisas. La gente huía, algunos jóvenes caían muertos y hacían tropezar a otros que estaban tras de ellos y una vez en el suelo corrían la misma suerte.

Este movimiento estudiantil que tuvo su sombrío desenlace, se le ha calificado como la Revolución cultural de 1968, al haber involucrado a los tres principales espacios de procreación de la cultura: la familia, los medios de comunicación y la academia.

En él, además de estudiantes de la UNAM y del IPN, participaron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionistas en la Ciudad de México y que al haber sido reprimido cruentamente por el gobierno mexicano el 2 de octubre de 1968, se le identifica como la matanza de Tlatelolco.

A 42 años de distancia de aquella tarde en la que la Plaza de las Culturas se llenó de sangre. Sangre de jóvenes mexicanos que, viviendo en una época vertiginosa, se vieron envueltos en un conflicto que los rebasaba, se puede afirmar que México vivió la barbarie.

Ahora bien, si es cierto que este crimen no puede ser olvidado, también es verdad que no podemos vivir en un 2 de octubre perpetuo; conmemorándolo con pancartas y consignas en las que vuelven a aparecer los íconos de una época que en el resto del mundo ha sido superada.

Sin duda, debemos salir a la calle, dispuestos a condenar a un Estado que fue capaz de matar a sus jóvenes, pero también, salir a la calle a reconocer a una nación que jamás los olvidará. Y, sobre todo, a una patria que los acoge, en su seno, y que en el momento de mayor necesidad les recuerda, les invoca que para salvarse, para salvarla, tenemos todos que estar unidos.

Tal vez deberíamos de pensar en el 3 de octubre. El día posterior a la desgracia, el día de enterrar a nuestros muertos, y seguir adelante en la construcción de nuestra patria.

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