domingo, 19 de diciembre de 2010

Lecturas con pátina ¿Y usted sí leyó las novelas de Dan Brown?

Ahora que ya pasó la euforia mundial por las historias de Dan Brown, ese personaje que le puso más dígitos a su cuenta de banco gracias a las regalías por sus libros y películas, debemos confesar -¿pecado leve?- que dedicamos tiempo a leer dos novelas suyas, y así fue como las percibimos, una hace más de un lustro y otra a principios de 2010:

La lectura de El Código Da Vinci (Umbriel Editores) fue con el pretexto de poder opinar sobre un ‘best seller’ que vendió millones de ejemplares en varios idiomas. Gracias a que una colega nos prestó su ejemplar (no le llamen “copia”; es anglicismo), surgió el interés a pesar de tantas descalificaciones que tuvo el libro. El argumento fue atacado también por el clero debido al papel central -fantasmal- que según el autor desempeñó María Magdalena en la vida íntima de Jesucristo quien, además, según esa versión tuvo muchos hermanos carnales.

Hay en la obra distorsiones bíblicas y artísticas, es poco verosímil y llega a caer en exageraciones que molestan al sentido común. Aún tomada meramente como un pasatiempo, abruma con el exceso de datos referenciales.

Es, en resumen, uno de esos libros que a no pocas personas preparadas daría pena confesar que lo leyó, pero su virtud fue tal vez que motivó a muchos a documentarse en obras serias acerca de los templarios y el Santo Grial. Otros, habrán visto todos los sospechosos programas de televisión que fueron producidos sobre el tema.

Cinco años después, debido a un obsequio navideño también leímos de Brown El símbolo perdido (619 páginas, Editorial Planeta Internacional), otra de esas obras clasificadas como thriller (novela escalofriante o emocionante) y destinadas a la vida efímera, ya que no son precisamente literatura en su sentido artístico.

Con 133 capítulos y un epílogo, esta novela busca atraer con una historia cuyo desenlace es desde el principio inequívocamente predecible pese a que “muere” quien no debería, y lo consigue gracias a escenas de suspenso que sin embargo van decayendo hasta volverse una narración pasiva.

La historia se desarrolla en el transcurso de sólo 12 horas y si el libro resultó tan extenso fue porque el autor no deja nada a la imaginación, la inteligencia o el conocimiento de los lectores. Es muy descriptivo de los escenarios, la utilería y el contexto, como si se hubiera propuesto escribir de una vez un guión para cine.

Robert Langdon, el personaje que también fue protagonista de las dos novelas anteriores de Brown (El Código Da Vinci y Ángeles y demonios), aparece en El símbolo perdido como un ser débil y torpe en lo que se supone es su fuerza, la simbología, dada la pretendida magnitud del misterio por desentrañar, que al final se revela y resulta decepcionante frente a una movilización hasta de la CIA, que trata de evitar una ridícula “crisis nacional” en Estados Unidos.

La historia se desarrolla en edificios públicos de Washington. Al final es planteada la ya manida tesis de que los seres humanos son dioses con su potencial latente, viene una parrafada filosófica a partir de una interpretación de La Biblia, y se recurre al tema de moda del fin de una etapa de la humanidad en el año 2012.

Hay situaciones inverosímiles que el autor se esfuerza en explicar por los avances científicos, y los utensilios tecnológicos modernos -como la Blackberry de “la directora Sato”- tienen gran protagonismo en el relato. El ejemplar leído contiene al menos diez errores tipográficos (páginas 43, 57, 108, 109, 112, 144, 218, 252, 255, 275).

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