domingo, 19 de septiembre de 2010

Ciudadanos A Ojo y Agua

No había una causa que justificara la parálisis del tráfico. Ni manifestantes ni tampoco encuerados que quisieran la reivindicación de sus derechos.
Tampoco un accidente que obligara a maniobras de rescate que, a su vez, paralizaran la circulación.

Fue, simplemente que la autoridad del gobierno del Distrito Federal inicio los preparativos para los festejos (?) Del Bi-centenario, ante una población que más que celebraciones quiere que los problemas de inseguridad y empleo, los dos más impactantes, se resuelvan.

A las claras esta visto que para ser funcionario público no se necesita tener nociones de ciudadanos, porque eso los obligaría a mínimos de respeto y atención. A nadie se notificó que las obras obligarían el cierre de avenidas de circulación masiva, en horas pico.

Y el caos se apoderó de la ciudad, ahora ocasionado !por las propias autoridades!
Que en estos tiempos la protesta ciudadana gane las calles no tendría absolutamente nada de extraño. Dadas las condiciones que existen en el país podría considerarse normal, justificable.

Lo insólito, sin embargo, está en el hecho de lo muy poco que tiene de auténtica participación ciudadana.
El ejemplo más reciente se acaba de dar, una vez más, el miércoles en la capital del país.

ntorchitas provenientes desde diversos estados del país viajaron durante horas para arribar a bordo de decenas de camiones, en la madrugada, y posesionarse en diversos puntos del estratégico Paseo de la Reforma.

Otra vez, el caos vial se apropió de buena parte de la ciudad.

Sí, antorchistas, electricistas --pertenecientes al SME--, maestros agremiados a la CNTE, e integrantes de la Asamblea de Barrios, 400 Pueblos y organizaciones vecinales toman las calles para protestar o defender reivindicaciones o derechos.

Ese tipo de manifestaciones toman auge en la ciudad de México. Toman zócalos, plazas públicas y hasta avenidas estratégicas.

Pueden ser cientos, miles o apenas un par de docenas. No importa, el efecto y la intención invariablemente es el mismo: provocar caos.

Invariablemente viene, también, la negociación en las que sus líderes obtienen un beneficio político y económico.

La inspiran y promueven los mismísimos políticos.

¿Qué reivindicación se gana?
¡Ninguna!
Quizá migajas.

Un lonche con refresco, un fugaz y acotado paseo por la ciudad y, un salario que, algunos, pudieron devengar en su lugar de origen.

Los políticos, de todos los partidos, pervirtieron, corrompieron y desgastaron la protesta y reivindicación de las genuinas demandas sociales.

Hoy, gracias a ellos, la manifestación es considerada como uno de los muchos esquemas de una política que, como la nuestra, se fija más en la estridencia que en la efectividad.

¿Qué malo?
¡Pésimo!

Porque con esa burda manipulación la sociedad se quedó sin líderes auténticos y comprometidos.

La consigna y la intención parece ser que cada quien defienda su parcela política y sus muy particulares intereses.

Y lo peor, que la atención a las justas demandas de la sociedad quede relegada y se canalice al eterno baúl de los pendientes.

Lo auténticamente ciudadano pasa a segundo término porque los políticos así lo han dispuesto.

Declaraciones y acciones muestran que los políticos andan más ocupados en seguir frivolizando el arte de la política que en atender los dictados y reclamos de la sociedad.

Urge civismo, pero para los funcionarios.

Es cuestión de sobrevivencia para ellos y de viabilidad para la nación.

A nadie conviene que los ciudadanos estén sometidos a ajo y a agua, ante las ocurrencias de los gobernantes, nada más porque quieren hacer su fiesta.

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